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lunes, 23 de septiembre de 2019

POLÍTICAMENTE INCORRECTO



Leo en una entrevista que Luz Sánchez-Mellado hacía ayer domingo en su colaboración en El País a Ana Morgade que “…En vacaciones me entra culpa porque siento que no estoy haciendo nada, como si no me lo mereciera. Hemos entrado en una dinámica en la que si no produces no eres interesante, no funcionas, algo va mal, y es un error. El aburrimiento es un campo fértil que nos estamos olvidando de cultivar…” 

Totalmente de acuerdo. Y si no que se lo pregunten a nuestros políticos que parece que todo lo que dicen debe de ser palabra de Dios, en especial el término “España”, que parece, entre otras cosas, que las izquierdas no deben pronunciar. Porque para los del centro, ya que en España la derecha ya no existe, hablar de España parece ser marca registrada, aunque para muchos "España" no vaya más allá de los colores de la correa de su reloj. O de esos adornos  que en algún lugar de su pecho decoran sus polos planchados por la "kelly" de turno.

Cuando este vecino trabajaba siempre tuvo muy claro el valor de, en vacaciones o fines de semana, "no hacer nada". A lo que se afanaba con grandes esfuerzos. Porque ya sus jefes dejaban restos de chantajes emocionales para que te fueras a casa, pero siempre con telas de araña que intentaban enredarte para que sintieras que te habías dejado algo sin terminar y que en cualquier momento el negocio de los que te trataban como si fueras casi de su familia, pudiera sucumbir por tu presumible inoperancia, aunque el jefe de los jefes no supiera prácticamente ni que tu existieras.

Ya perdonaréis, el vecino ha vuelto aunque no deseaba hacerlo de esta manera. Pero quizás hay días, hoy debe de ser uno de ellos, en que no te apetece maquillar los brillos o las sombras que también forman parte de ti, recordando ese dicho tan español de que "el mejor escribano echa un borrón". Y está un poco harto de que España no sea también de quien la trabaja o discrepe de modos y formas, y sólo parezca que tenga que ser de los bien peinados del centro.

*FOTO: DE LA RED



sábado, 9 de noviembre de 2013

LA DECISIÓN DE FRANK

El piano desgranaba sus últimas notas, como aquel que se despide de un lugar mirando alrededor para fijarlo en su pensamiento, antes de cerrar la puerta por última vez.
Eran sesenta años tocando en el mismo lugar. Toda una vida interpretando su propia banda sonora a modo de trabajo.
Él y su piano habían visto tiempos mejores, en los que el dinero americano iba y venía, como las amistades con los clientes. 
Atrás, muy atrás, había quedado el oropel de la vieja época. Grandes coches con su brillo original, y mucho humo, quizás de lo poco realmente autóctono, y orgullo de un país. Una metáfora de aquella vida. Alegría que no se podía tocar, ni mantener. Una economía que fluctuaba según la llama que encendía, y cuando lo deseaba, el turista americano.
Tras el cambio de régimen, y muy poco a poco, el decorado se fue perdiendo, y ya solo quedaban sus frías y secas paredes. Pero el espectáculo siempre había continuado, y de hecho seguiría a partir de esa noche, pero ya sin él.
El médico le había dicho que el dolor de sus manos iría aumentando mientras que su autoridad sobre las mismas le iría abandonando muy rápidamente.
Frank Álvarez observó su cara por última vez en el piano que había sido su vida. Negro sobre negro, un paisaje oscuro para una vida de luces y sombras, además en este orden, por lo que quizás es más difícil de digerir. La retina de los ojos de su vida, ya se había acostumbrado a un nivel que el tiempo demostró que no era para él. Y la vida en eastmancolor, como aquellas películas, había cambiado a un paisaje de grises, consignas y moldes, donde tenías que cambiar tu forma de pensar y vivir por la que dictaba el único partido vigente.
Bajó la tapa del piano y se levantó por última vez de lo que había sido una parte de su cuerpo, sus cuerdas vocales. Mientras iba abandonando la sala, ya vacía, sintió que todavía había vida para él, en contradicción de lo que le había dicho su médico. Si un traje militar no había acallado su música, una enfermedad podía ser vencida. Y observando la fría sala en penumbra, Frank decidió que no era el final de su concierto, sino solo un descanso, el tiempo necesario para fumarse un cigarrillo americano.

* CUADRO: "PIANOMAN I" DE DONICE BLOODWORTH