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viernes, 27 de junio de 2014

KODOMOROID Y LAS OVEJAS ELÉCTRICAS

Estaba ayer ojeando la prensa digital cuando en un artículo elegían a una mujer, cuya foto encabezaba el citado artículo,  y ahora este post, como protagonista del día. La mujer, de rasgos orientales, no era ni demasiado guapa, ni demasiado distinguida, era una mujer normal, pero nunca vulgar. Tenía, quizás un aire de fragilidad, que le hacía conectar fácilmente con la gente, lo que además era ideal para su nuevo trabajo, guía en un museo de Tokio.
Hasta aquí todo normal, y quizás lo único, porque en ese momento se desvelaba el gran secreto. Kodomoroid, el nombre de la nueva guía, va a ser la gran aliada de todo empresario que se precie. Aunque no se ha comprometido a ello, Kodomoroid, nunca va a faltar al trabajo, ni se va a quejar por exceso de horas, porque no es una mujer, es un robot.
Al enterarme de ello, me vino a la mente aquella película titulada “Cuando el destino nos alcance”, más por el significado de la frase que por el mismo argumento, una historia futurista en la que la humanidad se alimentaba de “Soylent Green”, en realidad el título original de la película.
Y en pocos minutos, un sinfín de dispares ideas se agruparon en mi mente. Quizás el pensamiento más triste fuera el pensar que tal vez algún futurible “cliente”  no notara la diferencia a la hora de comunicarse con ella, y solo pensara en lo diligente que había sido la citada trabajadora.
En un país, el nuestro, acostumbrados a fijarnos en los demás países para traer solo lo negativo para el currante de a pie, ya hay una amenaza nueva para ir a trabajar sin parpadear antes de que un Kodomoroid a la española nos quite el puesto de trabajo.
Se cerrará el círculo deseado por los empresarios y los políticos, cuando se inventen robots que diseñen y fabriquen nuevos robots, pero quizás ese mismo día sobren hasta los dirigentes. Aunque, lo más triste puede ser, que algún día de estos descubramos que no solo nos hemos sentido muchas veces como robots en nuestro trabajo, sino que en realidad éramos máquinas tan perfectas que ignorábamos que lo éramos, y nos alimentábamos de normas morales, religiosas, y de sueños, todo ello convenientemente incluido en nuestro software de serie.
Cuando el destino nos alcance y los androides sueñen con ovejas eléctricas,  aquellos libros de ciencia-ficción solo habrán levantado acta de nuestra perdición con muchos años de anticipación,  y nosotros no lo quisimos comprender.

*FOTO: DE LA RED