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jueves, 7 de mayo de 2020

TRES PASEOS AL ATARDECER


Pa´ habernos matao. No es el libro de memorias de Antonio Resines, que también, sino la conclusión a la que he llegado tras tres paseos al atardecer.

Hay muchos muertos. Esta pandemia está dejando muchos muertos en las cunetas, pero visto lo visto, lo irresponsables que llegamos a ser, no está pasando más porque los hados, o lo que sea, no quiere. Porque está visto que nosotros nos perdonamos todo.

Anteayer iban cuatro mujeres, que sin duda en un comienzo de su caminata habrían comenzado dos y dos, y una de ellas, la más joven dijo muy alto, tan alto que al caer atravesó mis oídos, que EL JUNTARSE EN LA CALLE ES INEVITABLE.

Por aquello de quien calla otorga, me di por aludido  y contesté alto también, NO, NO ES INEVITABLE.

Las cuatro, calladitas, casi disfrazadas de “nada”. Volví a repetir, igual de alto, NO, NO ES INEVITABLE, pero esta vez recalcando las palabras, para dar la sensación de que eran meditadas y no fruto de ningún calentón.

Si ellas iban caminando en mi misma dirección por una calzada que se podía extender varios centenares de metros, torcieron a la derecha y les faltó piernas para la velocidad que querían alcanzar…

Lo primero que pensé al quedarme sólo: ­-Que no se me olvide al llegar a casa, primero de todo, y no por el coronavirus, ducharme a fondo para intentar quitarme toda la caquita que sin duda, las cuatro anónimas, habrán despotricado sobre mí, pero siempre a posteriori.

Lo mismo ocurre con nuestros políticos, que son incapaces de pensar en otra cosa más que en su futuro.Y lo unico que saben es estar en contra de, y de llegar a algo consensuado, siempre consensuado. No sea que demos un paso al frente, solos, y nos despeñemos por el acantilado de las responsabilidades.

*FOTO: DE LA RED


lunes, 27 de agosto de 2018

EMPAQUETANDO LA NADA



Ayer al atardecer caminando sin pretensiones por el paseo marítimo iba despidiéndome de lo que veía. No hay nada más melancólico que una palmera a media asta. Porque en estos días inciertos en los que las horas son importantes, sabes que de un día para otro los que te acompañan e incluso tú, ahora estás, pero mañana ya estás “devuelta a la normalidad”. Como si tus vacaciones hayan sido una especie de “asalto al Jardín de las delicias”.

Últimamente algún amigo me ha llamado al móvil, muy preocupado porque al leerme tenía serias dudas, según él, de estar usando “psicotrópicos”.

La verdad es que no sé si he arreglado el tema al decirle que la realidad es más peligrosa que esnifar pegamento. 

Si llega a vivir el bueno de Rafael Azcona, se hubiera vuelto al Edén donde sin duda estará eternamente, porque las cosas han tendido al superlativo hiperbólico (me acabo de despertar y todavía estoy con ramalazos de una vida que no es la mía en el día a día). 

Ya no se lleva el “buscarse la vida” si eres el hijo de un famosillo. Si no has seguido estudiando porque te quieres ganar la vida, y puedes, como tus padres, de exclusiva en exclusiva, nunca dirás, por ejemplo, que no haces nada. Sino que sorprenderás a todos,  proclamandote “influencer” de tu comunidad y "coacher" en gestión de tiempo libre.

Ahora somos especialistas en empaquetar la nada y ponerle un lazo vistoso al tocarse las pelotas, o al pelotazo, que aunque parecen muy diferentes, en realidad provienen de la misma familia.

Mientras escribo, me voy dando cuenta de que lo mismo que mi madre me prohibía bañar en la playa sin que pasaran tres horas de haber comido, me voy a tener que prohibir acercarme al ordenador si no se ha cumplido una hora desde que me levanté. Estoy convirtiendo el teclado en un arma de destrucción masiva. 

Además, no se puede regalar nada, ni siquiera tus tribulaciones. Hay que guardarlas y en su momento darle forma de “memorias”. Tendrán un bonito precio si consigues hacerte famoso, que en realidad viene siendo la póliza antigua que se incrustaba en cualquier documento, y que ahora autentifica el valor de lo vivido. O eres famoso, o tu vida no vale nada.

*FOTO: DE LA RED

sábado, 3 de marzo de 2018

ARANTXA Y SU RANA



Esta semana de más de lo mismo, como casi todas las semanas, que los independentistas catalanes siguen discutiendo si son galgos o podencos, pero, eso sí, con sangre catalana, y de que los del partido del gobierno quieren hacer mil piruetas comenzando con un presunto bono por 100 euros a los mayores de ochenta años, para no hacer nada, quizás la noticia que ha brillado con luz propia, es el descubrimiento, y no va con coña, de lo mal que le van las cosas a Doña Arantxa Sánchez Vicario.

Que aquel por el que rompió con su familia, en una variante de los cuentos de toda la vida, de paladín de su honor ha trasmutado en rana ahora. Y también se ha conocido, al final todo se sabe, que lo de la familia Sánchez Vicario no eran meras sospechas de un presunto, dependiendo de quién opinara, cuñado-yerno ladino, sino conclusiones tras arduos seguimientos con detectives privados.

En una época, como la presente, en la que solo te queda refugiarte en lo familiar, porque fuera caen chuzos de punta, a la pequeña de los Vicario no le ha quedado más remedio que llamar a la puerta familiar, para oír en primer lugar ese “Si ya te lo decíamos nosotros…”.

De todas maneras, en nuestro mundo, en el mundo de los mortales, las cosas no son de la misma manera. Dos personas, el hasta ahora matrimonio, que se supone no tienen ahora un chavo conocido, más el seguimiento del Banco de Luxemburgo que les acusa de un presunta deuda de 7,5 millones de euros, en nuestro mundo no podrían seguir viviendo de la manera que presuntamente lo hacen. Más que nada por coherencia en el relato.

Todo eso me recuerda el peculiar punto de vista de mi madre, que cada vez que se veía en televisión, o en cualquier revista del cotilleo, un chalet de esos que quitan el hipo, que ahora a todo el mundo le ha dado por denominarlos como “casoplón”, ella siempre decía “Quita, quita, lo que tiene que costar ordenar y limpiar todo eso”.

Pues eso, que Arantxa Sánchez Vicario siempre me ha caído muy bien, y la he considerado como una luchadora dentro y fuera de las pistas, pero que este vecino del mundo con decir la última palabra, “Sí, cariño”, en su casa (nada de casoplón) y de La Nuri, tiene más que suficiente. Y de la resolución de los problemas de Arantxa, seguro que ya me enteraré cuando escriba el próximo libro de sus memorias. Memorias que al parecer nunca tenemos los pobres, al menos no las podemos publicar...

*FOTO: DE LA RED