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viernes, 27 de septiembre de 2013

CUANDO CONOCES AL TATO

Los incondicionales que normalmente se asoman a esta ventana conocen que la moral de este vecino es a prueba de bomba, y que es capaz de encontrar un pequeño rayo de luz en la misma oscuridad.
Sin embargo, llevo varios días en que no soy precisamente la alegría     de la huerta, y que si tuviera que convencer a una persona que está encaramada en lo más alto de un edificio pensándose si saltar o no, existirían más posibilidades de que me convenciera él a mí para que saltáramos juntos.
Los tiempos actuales tampoco ayudan. En un momento donde sube todo, incluida la tensión, este vecino además vive en una ciudad, Donosti, que no es que sea cara, sino que hasta los pobres, no son unos pobres cualquiera, porque eso estropearía el entorno, y especialmente el área romántica, sino que son unos pobres de marca.
Este vecino podrá ir al infierno, si es que el infierno existe, por muchas razones, pero no por no ayudar al que se encuentra en dificultades, porque siempre ha intentado "aliviar" al que pide. Sin embargo, en     estos tiempos, en la vida diaria de este vecino también se ha tenido     que instaurar el régimen de recortes, porque uno llega a lo que puede,     y a donde no, eso no existe, más que nada para no sufrir.
El otro día, al comienzo de esta semana, iba paseando por el centro de la ciudad, y fui prácticamente abordado por un hombre de mediana edad, no muy mal vestido, sino con aire más bien de quien pasa dos noches de juerga seguida, y no lo digo por el olor alcohol que no existía, sino por la apariencia de ser un poco arrollado por las circunstancias, por decirlo de alguna manera. Musitó unas palabras que no llegué a entender, pero los gestos son idioma universal, y al ponerme la mano estaba claro que me pedía algo, y que precisamente no era la hora, en todos los sentidos.
Este vecino que aunque lleva ya tiempo en el paro,  se le sigue haciendo igual de duro que la primera vez, no dar limosna al que se lo pide, se sintió un poco frustrado por el momento, y al cabo de unos segundos en que ambos habíamos proseguido con nuestros caminos opuestos, miró para atrás, y recibió una sorpresa enorme cuando comprobó que la persona que acababa de pedirle ayuda, había sacado un teléfono de los denominados “smartphone”, y se quejaba a su interlocutor de que ya lo iba a dejar “por hoy” y que no le había dado dinero ni “el tato”, por lo que consideré que el famoso tato era yo.
Todavía estoy con la duda de si esa persona realmente lo necesitaba o no, porque en estos días de tan bruscos cambios, existe mucha gente que realmente necesita ayuda, y pasa vergüenza para pedirla, y sin embargo hay otros, que como en ese día, no sabes si realmente vienen o van.

*DIBUJO: DE LA RED

miércoles, 21 de agosto de 2013

PREYSLER, UN LUJO A SU ALCANCE

Ya sabemos que está todo inventado con aquel antiquísimo “no hay nada nuevo bajo el sol”, pero sí nuevas vueltas de tuerca a lo ya inventado.
La sociedad actual es la sociedad de la franquicia, en la que alguien en su momento tuvo una idea brillante, por decirlo de alguna manera, y luego esos derechos se los va concediendo, previo pago naturalmente, a otros para su comercialización en una zona determinada. Sin embargo, quizás, muy poca gente se haya dado cuenta de que lo mismo, o muy parecido al menos, ocurre actualmente con las denominadas sagas familiares, de famosos o similares, en cuyo máximo exponente se mantiene a la cabeza, y durante muchísimos años, un apellido que antes nos hubiera sonado solo a rock del bueno, y ahora tiene unas importantes connotaciones a papel cuché: Preysler.
Doña Isabel, supo fajarse de una posición de mujer en casa y con la pata quebrada, aunque la jaula fuera de oro, a buscar su propia libertad quizás al abrigo siempre de unos hombres a priori con un fuerte nombre y presunta gran cuenta corriente, aunque nadie deba olvidar al amor, pero eso desde fuera nunca se ve solo se presume.
La señora Preysler, Isabel para su círculo, nunca para nosotros, ha sabido rentabilizar su imagen, primero a golpe de exclusivas, navidad y días importantes para su familia, y luego desgranando su innato glamour por productos que necesitaban en un momento dado ser asociados a un mundo de alto estatus, aunque en realidad solo fuera “piedra o similares” y “chocolate”. Es la reina en saber vender lo que no existe, porque el glamour no existe, solo se presupone, como el ya mencionado amor, y lo vende muy bien.
Y desde hace unos años ya, existen las franquicias “Preysler”, en forma de sus hijas, porque lo de los hijos es un mundo aparte. Las tres son universos diferentes, aunque Maria Isabel (más conocida por Chábeli), haya desaparecido de las primeras páginas del corazón tras su segundo matrimonio, y consiguiente maternidad.
Tamara, quizás sea la que levante más disparidad de opiniones, especialmente si se tiene en cuenta que, como nos han vendido, tras estudiar en los mejores colegios, el resultado ha sido, todo ello presuntamente, de un pijotismo elevado a la enésima potencia, y con unas respuestas que siempre le han dado sensación a este vecino, de que han sido hechas desde Canarias, por el desfase que siempre existe entre las preguntas y sus respuestas, esa hora que su rostro parece que tarda en procesar las preguntas que le hacen. Eso sí, es la más sincera de la familia, y quizás por eso sus respuestas pueden dejar a la gente pasmada. El glamour que desprende es un glamour naif, como una colonia, o un vino de sus bodegas, para la mañana, refrescante y que nunca empacha.
Y ya para terminar, Ana, la benjamina de la familia. Se presupone, de casta paterna le viene al galgo, la más inteligente, y en apariencia es fría, y analiza sus movimientos, añadiendo además la experiencia de los que le rodean, al milímetro. Quizás sea la más guapa de las tres, aunque su belleza sea tan fría como su falta de empatía con quien la mira.
Esta franquicia, la Preysler, quizás es la que más futuro tiene, en este tipo de negocio, porque ha sabido diversificar su producto y adaptarlo a los cambios que el mercado siempre requiere, toques de izquierda con imagen de derecha de toda la vida, y con una gran habilidad, siempre que se paran para posar, siempre, siempre, hay una marca detrás, y eso siempre dice mucho, especialmente para la empresa en cuestión.
Para todos aquellos que quieran invertir, siempre un valor seguro.

*FOTO: DE LA RED