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domingo, 8 de mayo de 2016

VACIANDO EL LIMBO



Cualquiera que practique un arte, aunque sea simplemente como hobby, me entenderá cuando digo que hay momentos en que  a la obra en potencia, que tienes entre manos, no le ves salida, una terminación que te guste. 


Te has quedado atascado, te gusta lo que ves, pero no cómo terminarlo. Y como al menos a este vecino del mundo le gusta pintar varios cuadros a la vez, vas dando preferencia a otros, y ese, el de la indecisión, se va quedando en una especie de limbo.


Tanto en escribir como en pintar, de los cuales en ambos me considero como mero aprendiz, es muy importante  el saber dar algo por terminado. Y en el caso del  cuadro que acompaña a este texto, ha estado inacabado unos veinte años más o menos. Lo he tenido colgado en mi casa, y yo sólo sabía que estaba inacabado, y que tarde o temprano, él y yo, teníamos algo pendiente.


Que no me pregunte nadie por qué ha sido ahora el momento, porque no lo sé, pero hay algo que te lo indica, y estos días lo he sentido. Ha sido una sensación como que el cuadro (una vista general de las casas viejas, muchas de ellas ya no existen, al menos  con esa apariencia, junto al río Deva, en Elgóibar) tenía un candado que me impedía acceder a él. Y estos días, al parecer, he encontrado la llave, y he obtenido con su conclusión una sensación de tranquilidad, de deber cumplido, al mismo tiempo que he vaciado, y cerrado, ese limbo que una vez creé.


De todas las maneras, la sensación que he tenido con este cuadro durante todos estos años, ha sido cuando menos singular. Porque a este vecino del mundo, cuando termina algo, le ocurre incluso con los textos de este blog, que al volverlos a leer, o contemplarlos en el caso de los cuadros, al  cabo de un tiempo, no los siente para nada como suyos. Es una sensación, como ya he dicho, muy extraña, porque en muchos casos, recuerdo hasta el momento que los realicé, pero de ahí no pasa. Sin embargo, con este cuadro ha habido una especie de cordón umbilical no cortado.


Es curioso, porque ahora que lo pienso, cada vez que me paraba frente a él en la pared en que estaba colgado, en realidad tenía la sensación de que era él el que me ponía caras de interrogación y de esperanza.


Quizás, en el fondo, ha habido un exceso de responsabilidad mal entendida ante un paisaje de mi niñez que siempre me deslumbró. Tal vez ha sido como pintar un recuerdo; y ya se sabe, que los recuerdos conviene no "menearlos", porque siempre están bien como están, y quizás por eso los recordamos.



Los recuerdos siempre vienen con el Photoshop incorporado, para bien o para mal, es lo que hace que se quede fijo en tu mente, y no se pierda en el desierto del olvido.

*CUADRO: "ELGOIBAR, CASAS VIEJAS JUNTO AL RÍO", DE PATXIPE.



domingo, 29 de marzo de 2015

AQUELLA SEMANA SANTA EN BLANCO, Y SOBRE TODO, NEGRO



A todo se hace uno, por eso cuando se echa la vista atrás, quizás al estar ya acostumbrado a lo que vivió y a lo que vive, y como los cambios se han ido haciendo paulatinamente, algunas veces no se es consciente. Pero los días que vamos a comenzar, la Semana Santa, son un claro ejemplo de ello.

No tiene que ver nada una Semana Santa de ahora, para el españolito medio, y ahí también incluyo al católico medio, con la Semana Santa de, por ejemplo, los años sesenta. Empezando por el hecho de que los únicos que tenían fiesta eran los estudiantes. Mis padres, por ejemplo, sólo tenían fiesta desde el llamado Jueves Santo al Domingo de Resurrección.

Si hay una palabra que este vecino del mundo, entonces un niño, relaciona con esos días es “silencio”. Se decía silencio de recogimiento, pero en realidad era un silencio que presagiaba miedo. Miedo a la misma historia que traían implícitos esos días. Una historia trágica, que por sabida, no dejaba de serlo. Una muerte, que aunque éramos niños, no escapaba la idea de que era “por nuestra culpa”. Un mucho de trágico y de inexplicable. Unos hechos que acababan, eso decían, en la gloria. Pero una gloria rara. Veías claramente la tragedia, pero la gloria y los días buenos había que creerlos por fe.

Las Semanas Santas de entonces sabían a limbo, si alguna vez hemos comprendido lo que era “eso”. Ausencia de cine, de espectáculos de todo tipo, incluidas prácticamente otro tipo de noticias tanto en periódicos, radio y en la única televisión existente.

El único cine que se permitía era de historia bíblica, de vida de santos, y hechos cristianizantes. Y música, mucha música, pero clásica, y sacra a ser posible. Y en la radio, las mismas voces que se lucían en las célebres novelas, ahora escenificaban la vida, y muerte, de Jesús de Nazaret.

Todos los años en la televisión se repetían películas como “Molocai”, “Santa Rosa de Lima”, “Marcelino, pan y vino” y, especialmente, “La Señora de Fátima”, y muchas películas, que ahora te das cuenta que aunque eran sobre la vida de Jesús, eran una especie de cine B, cuya característica en común era que no las habías visto, prácticamente, en los cines, y que en ningún momento de la historia se le veía la cara a Jesús. Te pasabas toda la película intentando verle el rostro, pero no había manera. Una especie de asociación entre rostro, cielo  y gloria.

El común del españolito medio no se iba de vacaciones; como mucho, si podía, dos o tres días a su pueblo. Y hay una sensación que vista ahora, me recuerda en cierta manera a las Navidades.

Una característica de las Navidades, ese sabor a querer cambiar, a tener nuevos hábitos y costumbres, también se sentía entonces. Debido a ese “limbo” comentado anteriormente, era una sensación a que estabas en una habitación esperando  a ser juzgado, y que si salías, siempre ocurría, libre de cargos, te ibas a portar incluso mejor.

También ayudaba a ese sentimiento extraño, las procesiones y esa, cuando menos compleja costumbre, pero captada, sin duda, por los niños, de que los hombres desfilaban por un lado, en fila de uno en uno, y las mujeres, al final, todas a la vez. Otro signo más, de una diferenciación entre sexos, que no se explicaba, sino que calaba en un todavía aprendiz ADN.

A este vecino hay algo que siempre le recordará a Semana Santa, aunque lo coma en cualquier otra época del año, y son esos barquillos dobles con miel dentro. Uno de esos pequeños vicios a los que todavía uno no ha renunciado. Una auténtica metáfora en sí mismos. Esa sensación de alcanzar la gloria, cuya antesala siempre ha sido  la Semana Santa, y que cuando vas a llegar a ella, a la gloria, se resquebraja y desaparece. Promesas que siempre quedarán en eso, en promesas.

Aquellas personas que no hayan vivido esa época, un franquismo tardío, donde la Iglesia tenía a un más poder, y juzgaba con mano firme, especialmente al pobre y nada poderoso, seguro que no me comprenderá. Los demás, no hará falta que lo recuerden, porque eso es un traje que siempre se lleva puesto, y no hay manera de quitárselo, una especie de “traje-cebolla”, del que te vas quitando capas, pero siempre queda algo. Ese aroma de culpa, de que has hecho algo malo, y si no, lo has pensado. Porque a Dios no se le puede engañar. Recuerda, está en todas partes. Una especie de Hacienda, con el mismo oscurantismo, pero con rosario acuestas, y penas para toda le eternidad.

*FOTO: DE LA RED