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lunes, 16 de diciembre de 2013

MATAR AL PÁJARO

Hace un rato he cogido el tren de cercanías en Bilbao. Y antes de nada, para aclarar suspicacias, he de manifestar que ni me encontraba bajo de moral, ni deprimido. Digamos, que estaba en ese estado que se suele calificar como normal. Sin embargo, ha sido montarme en el tren y al ir a sentarme, la joven que estaba al lado, ha cogido su bolso que se encontraba en el lugar que yo iba a ocupar, y aunque yo le he saludado, ha sido incapaz de contestar, o de al menos hacer el amago y levantar la cabeza de la pantalla de su teléfono. Por un momento me ha venido a la mente esa frase tan cinematográfica de “a veces veo muertos”, y he comprendido el lado negativo de ser invisible.
Un gran sentimiento de soledad me ha invadido, y el mismo vagón que hasta ese momento tenía las medidas normales para un vagón, de pronto ha aumentado, y la distancia entre los pasajeros ha sido mucho mayor. De hecho, ha sido entonces cuando he reparado en que nadie hablaba con nadie.  Una gran soledad, compartida pero soledad al fin, nos apresaba.
Aparte del runrún del tren, durante la media hora que ha durado el viaje lo único que ha roto la monotonía en todo momento, ha sido el ruido característico de ese pájaro “guasapero”  que tanto une con la lejanía y separa al que está al lado.
Todos los inventos, o al menos la mayoría, no son en sí ni buenos ni malos, todo depende del uso que se les dé, y somos nosotros mismos los que los estropeamos. Y me han entrado unas inmensas ganas de hacer algo políticamente incorrecto, y gritar a voz en grito: -Que alguien mate al dichoso pájaro.
Como ya sabéis los que os acercáis a esta ventana, este vecino siempre intenta ver las cosas desde otro punto de vista, y el citado viaje  y el pajarito separador me han ayudado a dar otro sentido a la película del denominado mago del suspense, Los pájaros”. Y los de ahora, bajo el señuelo de la unión instantánea, matan de incomunicación.

FOTO: DE LA RED