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sábado, 9 de agosto de 2014

NOCHES DE MAGIA Y MAR

En estos días torrevejenses este vecino del mundo intenta evadirse de la actualidad diaria, lo mínimo para no alejarse de la realidad y sin excederse para que no aumente su ritmo cardiaco.
Ayer por la noche paseando en soledad, o más concretamente, hablando consigo mismo, este vecino, mientras se dirigía al faro del puerto, por una construcción de madera y hierro, iba pensando en la cantidad de amigos y familiares que tiene,  nacidos en Agosto, muchos de ellos Leo practicantes, y muy practicantes.
Mirando las estrellas y la casi perfecta luna llena, a este vecino seguro que se le insinuaba una sonrisa en la cara, mientras pensaba que el invierno siempre es muy duro y conviene estrechar lazos, por aquello del calor humano.
Los destellos de la luz, jugando con un mar en calma tan solo roto por algún atisbo de contados barcos pesqueros, le llevó al vecino a esos inviernos donostiarras de grises azulados costeros, enmarcados por un frío de abrigo con cuello alzado y narices rojas.
Quizás un paisaje marino te lleve inevitablemente a otro, libre de acentos y costumbres. La pregunta quizás puede ser ¿lo que nos gusta, en realidad, es el paisaje, o precisamente esa mezcla de paisaje y paisanaje?
Y es que “la banda sonora” siempre es muy importante. Los azules y los grises siempre son más entrañables con una leve insinuación a lo lejos de cualquier canción, en el caso del vecino, de Benito Lertxundi. Este vecino no habla euskera, pero para ciertas cosas, no hace falta entender, sino solo sentir, y el candor de la voz del Señor Lertxundi puede servir de faro, teniendo en cuenta que el vecino se dirigía a uno, en cualquier momento desalentado de motivación, y frío de sentimientos, en un invierno crudo de soledades.
El vecino se acordaba ahora del misterio que siguió a la primera vez que llegó junto al faro de Torrevieja, a uno de ellos, al más asequible llegando desde donde se encuentra un remolino de gente y aparatos feriales con olor a churros y gofre.
Aquella noche de agosto, de otro verano de hace más de diez años, al llegar al faro, y mirar al frente, divisó unas luces, como pequeñas luciérnagas azuladas eléctricas que no paraban de vibrar. No se podía saber si estaban lejos o cerca, solo estaban.
Tras mil un teorías, incluidas algunas paranormales, y cuando ya el vecino se batía en retirada entre intrigado y temeroso, se dio cuenta de que debajo del faro, y del vecino naturalmente, y protegidos tras numerosas rocas, se encontraban una docena de pescadores con sus cañas en ristre, y eran éstas las que tenían unas pequeñas franjas de colores eléctricos, se supone que para detectar su posición nocturna, las que le habían estado intrigando al vecino. Y aquella noche aprendí, el vecino aprendió, ya que no lo había hecho antes, de que cuando se crea un poco de magia en nuestras vidas, es mejor dejarlo así, y disfrutar,  sin intentar buscar explicaciones, que a la postre seguro que no te van a hacer más feliz.

*FOTO: F.E.PEREZ RUIZ-POVEDA