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lunes, 23 de noviembre de 2015

UN LUNES ASÍ


Un lunes así, es decir, oscuro, lluvioso y frío, es un día para dialogar contigo mismo, para reflexionar sobre lo hecho y lo deshecho. Lo que en el argot televisivo vestiríamos como “carta de ajuste”, una especie de culto  a la emisión de la señal  propia.

Un día así es para mirar por el todo, porque el día a día es más bien difuso-confuso. Una jornada, quizás, para copiar a nuestro propio gobierno (quién hubiera dicho que iba a decir ésto) que ve brotes verdes en el mismísimo desierto, que pinta sus previsiones como lo más cercano al Edén.

En momentos manifiestamente superables es mejor darse palmaditas en la espalda, que un par de tortas por estar donde estamos. Es mejor ser “tu fiel amigo” en lugar de ser tu parte negativa. Dar ánimos en lugar de revolcones, sino son sexuales. Enfocar al mañana en lugar de al ayer.
Ya que nos trajeron a este baile que es la vida, es mejor seguir bailando, aunque sea a nuestro propio son, sin pisar a nadie, eso sí, que fingirse sordo y cargarse la verbena. Es mejor mirar hacia adelante con esperanza, que  atrás con lágrimas en los ojos.

Una jornada como la presente es para mirar a los demás con complicidad y no con envidia, con interés en lugar de con desdén. Es mejor alimentar y engordar sueños, que pirañas de envidia en frágiles peceras hechas de resentimiento y resquemor.

Un día así es para vaciar tu vida interior de malos recuerdos, abrir la mente para liberarla de olores marchitos de ecos de grandeza, y renovar el catálogo de aspiraciones. Para pintar de rojos pasión la oscuridad de un día que juega a ser noche cerrada. Guardar una orquídea en el pliegue de tu vida mientras nos decimos “te quiero”.


Un lunes así es para gritar al paso de un tren la grandeza de un amor imposible antes que sentir unos jadeos comprados y una mirada tan fría como la nada. Para pasear por el puente de la vida resistiendo la lluvia de la incomprensión y el viento del qué dirán.

*FOTO: DE LA RED

viernes, 11 de abril de 2014

DE LIMPIEZA EN MI ATALAYA

Haciendo limpieza en mi atalaya desde la que observo la vida pasar, me he encontrado con multitud de recuerdos abandonados sin ningún orden ni concierto, dejados según terminados de vivir, como caían en el baúl del desdén.
Hay un ligero olor a ayer que lo inunda todo. He abierto las ventanas de par en par para que escaparan los sonidos que a modo de bandas sonoras se pegaban a las paredes negándose a abandonar el lugar que les ha querido durante tanto tiempo.
Hay un ligero olor a felicidad, en pequeñas dosis, difícil de encontrar, y tan difícil de olvidar. Un olor que nunca empalaga, con cierto recuerdo a salitre, a moreno de piel y eco de gaviotas. Por cierto, qué triste es esa imagen de nuestros días en que puedes encontrar a las mismísimas gaviotas perdidas en la mitad de una gran ciudad, algo tan extraño como buscar la virginidad en una recóndita casa de lenocinio.
Me ha parecido encontrar una sombra de juventud, pero solo era un desconchado de pintura, como los años que visten nuestra piel. Mientras algunas personas intentan disimular el tiempo con chapa y pintura de muy diversa índole, otros nos tomamos el paso del tiempo, y las primeras y segundas arrugas, como medallas que el tiempo nos pone. Y es que lo importante es resistir al mando del barco, de tu cuerpo, sin temor a todo tipo de tormentas, o incluso a mares en calma chicha con sabores de indiferencia y olvido.
Haciendo limpieza en mi atalaya encuentro recuerdos no recordados, escenas jamás escenificadas, porque fueron tan solo bosquejadas en un cuaderno de deseos incumplidos, y tan olvidados como aquella vez en que descubrimos que el amor es un tipo de flor que con el tiempo se marchita, y que solo se puede regar con la ilusión del día a día. 

*FOTO: DE LA RED