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lunes, 14 de abril de 2014

ESTUDIO AL AIRE LIBRE

Hoy ha sido uno de esos días en que la belleza ha salido a recibirnos.
Mañana de domingo primaveral esplendida con marea baja, y por supuesto, paseo obligado por la Playa de la Concha y Ondarreta. Mucho gabacho, porque el francés en Donosti no es francés, sino gabacho, y dicho además con mucho cariño, porque se gastan sus euros cambiando su chip de su manera de ser una vez pasada la frontera.
Tras comprobar de que todo estaba en su sitio, el Peine del viento, más gabachos, incluido, y al volver a la altura del Hotel Londres una hilera de niñas y jóvenes, celebrando el “Día Internacional de la Danza”, aunque en realidad oficialmente no era hoy, y marcando pases de ballet con la célebre barandilla de la Concha como barra improvisada.
Hoy sí que ha sido verdad eso de que la belleza, y el arte, han salido al encuentro. Da gusto comprobar la cantidad de gente joven anónima que “coquetea” con el arte, en este caso la música, por la mera razón de que simplemente les gusta, y se sienten atraídos por ello. No solo hay gente joven que quiere ser “famosa” por el mero hecho de serlo, sino otros, me gustaría que pensar la mayoría,  que quieren realizar unos sueños que rondan más con la realización personal, y porque simplemente les gusta.
Este vecino se ha acordado de esos cuadros de Degas, llenos de bailarinas en eternos ensayos siempre en espacios interiores, y, sin embargo, hoy, el cromatismo obtenido al observar a unas jóvenes frente a la inmensidad de la naturaleza, hacía resaltar, más si cabe, la fragilidad del baile, y comparar belleza junto a belleza.
Ha sido, de verdad, uno de esos momentos en que una persona puede dar gracias, a lo que crea, si cree, a Dios, a la providencia, o simplemente a la suerte, de poder pensar, sentir, incluso soñar, porque en realidad eso quizás es también la danza, una manera de soñar con tu cuerpo y tu mente mecido por otros sueños, en este caso del compositor,  que en su momento tomaron forma de notas musicales.
Por una vez, y con la esperanza de que cree precedentes, este vecino estaba en el lugar y momento adecuados para, al menos, cargarse de buenos sentimientos y esperanzas, de todas las jóvenes que por unos momentos han sido tan generosas como para compartir su arte en un estudio al aire libre. Y es que cuando la belleza se llena de belleza, se está muy cerca del cielo.

*FOTO: DE LA RED

lunes, 2 de septiembre de 2013

DOCTRINA VITAL

En algún sitio he oído alguna vez que el cuerpo humano tarda veintiún días en que algo que empiezas a hacer reiteradamente, el organismo lo tome como costumbre. Eso ha debido de pasar con el mío, con mi cuerpo, que ayer, tras llegar de un largo viaje en autobús, y después de haber descansado bien en casa, mi cuerpo me pedía moverme por Donosti. Mientras mentalmente me decía aquello de “hogar, dulce hogar”, pasee mi palmito por las pasarelas de la Concha y Ondarreta con una apariencia de guiri despistado y de horario cambiado, y ahora mi cuerpo me da síntomas de catarro.
Algo así, a lo de enfriarse, nos debió de pasar a todos los españoles cuando nos liamos la manta a la cabeza pensando que eramos nuevos millonarios, por la costumbre de estar viviendo bien, en lo que cabe, y nos metimos en hipotecas varias, pensando que el buen tiempo de nuestros bolsillos iba a durar para siempre, y que en el idioma de David, el Cámeron de su isla, sería forever and ever, y ha durado menos que un marido a Paulina Rubio.
Y por si todo eso fuera poco, ayer sobre las diez y pico de la noche, estaba viendo la televisión con txapela, o ETB, un programa sobre edificios importantes, y allí que aparece mi coco, u hombre del saco particular, Martín Berasategui, con su buen humor de siempre, recalcando su preparación, ganas de hacerlo todo bien, y lo que se acuerda de Donosti allí donde la vida le lleve.
Estoy convencido, además, de que al Señor Berasategui, con el tiempo le harán santo, porque ya tiene el poder de estar en TODOS los sitios a la vez. De hecho, hoy estaba pensando en ir al cine, por aquello del día del espectador, y me lo estoy replanteando, por miedo a que aparezca también en la película, y se tenga que parar la trama, para recordarnos lo trabajador que es, y que antepone nuestra felicidad estomacal a su vida diaria, y que ésta es mucho mejor, si se vive en Donosti, aunque luego él tenga negocios por todo el orbe. Siempre que le veo, dicho sea de paso, porque no me queda más remedio, me pregunto cómo lo hace para estar en todas partes, y además atender a sus comensales debidamente. Pero es solo una pregunta retórica, porque tengo miedo a que me aparezca delante de mi ordenador, y me dé la chapa con esas intensas maneras suyas de decirte en cinco segundos, frases que normalmente durarían un minuto cada una.
Gracias a Dios, o al que sea, sé que en el más allá, si es que lo hay, no volveré a ver al Señor Berasategui, porque él seguro que va al cielo, más que nada para supervisar las cocinas, que tienen que ser inmensas, por aquello de seguir haciendo manjares celestiales, y mientras, este vecino del mundo, por no ser creyente de la doctrina vital del citado filósofo/cocinero, se verá abocado al infierno de los impíos, y a seguir pagando, para más inri religiosamente, la hipoteca, porque me he enterado, que de eso no te escapas ni en el más allá.

*FOTO: DE LA RED