lunes, 6 de mayo de 2013

EL OLOR DE LA PRESENCIA


Hay muchos momentos de nuestra vida que se pueden resumir en un olor. Y al revés, que merced al olor que en un cierto momento te puede vestir, te traslada inmediatamente a algún otro momento vivido.
El olor a pólvora siempre me ha traído el inequívoco recuerdo de la víspera de los Reyes Magos. El olor de la cabalgata de mi pueblo, producida por la combustión de las antorchas que portaban las filas de pajes desfilando antes de cada rey.
El olor a puro, también retrotrae a este vecino del mundo, que nunca ha fumado, pero sí recuerda a su padre fumando uno después de una buena comilona en la celebración de cualquier fiesta, y como buen hijo de alguien nacido en el pueblo de Azpeitia, y de entendible afición taurina, en un pueblo que posee una muy bonita, aunque pequeña, plaza de toros, tardes en el tendido de sol en las fiestas de San Ignacio.
Y lo mismo que hay olores con buenos recuerdos, los hay también que viajan con malos recuerdos incorporados, como el olor a asepsia en un hospital, acompañando a un familiar enfermo, porque en contra de lo que se pueda pensar, la asepsia huele, lo mismo que el agua, que siempre nos han enseñado que es insípida, tiene sabor.
Y quizás en esta vida lo peor sea oler algo que no te traiga ningún recuerdo, es como las personas que no te sugieren nada, aunque sea bajos instintos.
En esta vida al final lo que cuenta no es el dinero, sino los buenos recuerdos que te llevas, y que dejas tan bien. Siempre se ha dicho que no hay más pobre que aquel que solo tiene dinero, aunque es probable que el que diga eso, nunca haya tenido la posibilidad de comprobarlo.
Tras un cierto olor a podrido, una flor en la nariz hace que los aromas otrora medio olvidados y que están recubiertos del polvo del olvido, brillen con más fuerza.
Lo más triste en esta vida es el pasar por ella sin significar nada para nadie, y que nadie te recuerde ni para bien ni para mal, el bañarse entre dos aguas, sin definirse por ir al Norte o al Sur, por nunca dar con el puño sobre una mesa para dirigir las miradas de los demás a la boca por la que surgen tus derechos.
Tiene que ser terrible que detrás tuyo solo quede un cierto olor a nada. 

*FOTO: DE LA RED

2 comentarios:

  1. A ver si hoy el blog me deja publicar. ¡Que razón tienes, Patxipe con esto de los aromas! Me ha encantado tu entrada, y quiero añadir a esos olores "inexistentes", como el del agua, uno que yo lo tengo muy definido y es el olor a nieve. La nieve huele, el frío que está en el aire se mezcla con la nieve del suelo y produce una sensación extraña en la nariz, como de un aroma muy especial.
    Los olores de la infancia desaparecidos, por ejemplo, el olor a tinta, en el tintero del pupitre del colegio, el olor a la madera del lápiz, al sacarle punta y no digamos, el olor de la almohadilla con que borrábamos la pizarra.
    Lo del aroma del puro lo recuerdo además en tu mismo entorno. Los mayores de Azpeitia fumaban todos y en San Ignacios, todos fumaban puros.Yo también pasé muchas fiestas allí, de allí fue mi madre. Ahora, décadas después, apenas me queda nadie de aquel montón de gentes familiares y no volvería ni a heredar, por lo que ha cambiado todo el entorno o he cambiado yo, que también...

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    1. Al final todo se puede resumir en el olor de los años pasados, de aquellas hojas que se guardaban entre las páginas de un libro, y que muchos años después, y amarillentas, nos recuerdan la razón por la que en su momento decidimos guardarla. Un abrazo.

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