jueves, 20 de septiembre de 2012

UN ARTE, EL SÉPTIMO

Como todos los años por estas fechas, me he dirigido   dando un paseo hacia la zona donde se celebra el festival de cine, aquí en Donosti, que desde hace unos años tiene su centro en el Kursaal.La verdad es que ha hecho una mañana, ya sé que no corresponde al calendario, pero todos me entenderéis si digo que “primaveral”. Una mañana que en el mundillo del cine bien podía corresponder a Los Angeles, ya que una de las razones para que se vincule el mundo del cine a esa zona de Estados Unidos, es que los productores de películas al comienzo del siglo XX, eligieron esa zona por su luminosidad y buen tiempo. Pues los primeros estudios, del cine mudo entonces, eran una suerte de hangares pero sin techo, ya que aprovechaban la luz natural, por eso la importancia de la luz y del buen tiempo.
Los alrededores de los cubos de Moneo estaban en plena ebullición, terminando los últimos retoques de “chapa y pintura”. La alfombra, lugar por el que pasarán las estrellas de este año, ya está colocada pero con un plástico, y aquí viene el chiste al vuelo, que sirve para protegerla de relaciones no deseadas hasta el momento justo.
Sé que lo que voy a decir ahora no es políticamente correcto, pero considero que este festival no está precisamente hecho para el disfrute de los donostiarras, porque en realidad solo se les necesita para aplaudir a las estrellas, que dicho sea de paso es una parte importante del festival, pero muy pequeña.
Todos esos hombres de negro, o muchas veces de azul, pequeñitos ellos, con mujeres u hombres esculturales y que forman el comercio del festival, vienen, como se dice en mi pueblo, por el papo, y en toda industria que se precie, los del gremio en cuestión se pagan todo, menos en esta industria, que para más inri hacen ostentación de posibles.
Tampoco nunca me ha parecido bien, y tampoco es políticamente correcto, el que los críticos entren a las salas por la patilla. Este vecino del mundo no se refiere a que para cumplir su trabajo tengan que poner dinero de su bolsillo, pero sí que pague la entrada el medio que les envía, y así, si ponen la película a parir, como cientos de veces, tendrán además la coartada de que para lo que han pagado era un timo.
La mejor excusa para pagar todos los gastos acarreados por el festival es esa de que es una publicidad impagable por su repercusión en todo el mundo. Eso en realidad no es cierto, pues se pagan muchas cosas, en invitaciones de viajes, cenas, o excursiones. Y si tiene impacto o no el festival, será el mismo que el de los otros festivales. Y si a este vecino del mundo se le ocurre alguna vez viajar a Berlín o Venezia no será pensando en su festival de cine, por muy cinéfilo que me pueda considerar.
Amar el cine es seguir su rastro en las cada vez menos salas de nuestro pueblo, o de nuestro barrio. Oler esos asientos, la mayoría de ellos viejos, y que te acercan a las raíces de ese arte, del séptimo. Lo demás es una suerte de rito o folclore. 

* FOTOS: F.E. PEREZ RUIZ-POVEDA

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