sábado, 22 de septiembre de 2012

PURA TRAMOYA

Faltan dos minutos para las nueve de la noche y por la alfombra roja ya han pasado todo tipo de personas conocidas o no. O la gente entiende mucho, mucho de cine, o le da a firmar sus cuadernos al primero que pasa, porque yo no conozco a nadie. De hecho ni me conozco a mí.
Nunca hubiera jurado que esperara más de una hora para ver pasar a Richard Gere y a Susan Sarandon.
La verdad es que ayer era como la noche de reyes, la noche de la ilusión, y pensé por la tarde, si con suerte era tocado con un poco del famoso polvo de estrellas que estos días inunda Donosti.
Estoy en una tercera o cuarta fila, pero tengo la esperanza de poder ver, aunque sea por varios segundos, a dos representantes del séptimo arte con letras mayúsculas.
La gente que está al comienzo del pasillo llega a la última escala en sus gritos de fan roto por ataque de felicidad. ¡Ya están aquí!
Comienza a pasar su séquito personal con cara de “a mí también me tienes que reconocer”, mientras estoy de puntillas y a punto de emprender el vuelo.
En ese momento siento que me pisan como nunca antes me han pisado, mientras un codo entra en mi riñón izquierdo. No me queda otra que perder la respiración, mi sitio y agacharme durante cinco segundos. Miro a mi alrededor buscando a los culpables, pero son mejores actores que los que hoy desfilan, y nadie se da por aludido. Me levanto y veo pasar a unos dos metros unos mechones blancos, mientras los gritos del público llegan hasta Hollywood para que sepan que sus representantes esta noche ya han hecho acto de presencia.
Me siento tan mal por el comportamiento de la gente y de la decepción de mi momento, que abandono la meca de nuestro cine.
Momentos después y ya al lado del Urumea, la brisa despeja mi estado de ánimo, y pienso que la culpa es solo mía.
Una cosa es que te guste ver espectáculos de magia y otra enterarte de los trucos, del cómo se hace, del ahora famoso making-of en el cine.
Una noche de reyes como se presentaba ésta, solo tiene sentido viendo el resultado del día siguiente, de los juguetes, y no ver quién los trae.
Los regalos del cine, si se puede decir eso ahora con lo que cuesta una entrada, es las películas, y no su proceso.
El polvo de estrellas cae cada vez que estamos a oscuras en una sala de cine, y unas imágenes que están en la pantalla nos hacen permanecer en silencio, y con los sentimientos a flor de piel durante hora y media más o menos. El resto es pura tramoya, como el desfile de esta noche por los alrededores del Kursaal, también conocido estos días como el Palacio del Festival.

*FOTO: DE LA RED

2 comentarios:

  1. Buenas tardes,
    los 2/3 primeros del post resultan gloriosamente humorísticos. Enhorabuena.

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  2. Esa era mi intención, humor con cierto regusto a sueño de antaño. Gracias.

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