sábado, 10 de septiembre de 2011

LA ROPA DE LOS DOMINGOS


Siempre me acordaré de aquellos domingos, con la ropa del día de fiesta, agua en el pelo, y cada pelo en su sitio. A misa de diez, la misa mayor, y a las doce, si tocaba, concierto de la banda en la plaza del pueblo.
Al tener familiares tocando en ella, no me perdía ninguno de los conciertos. De hecho, nadie se lo perdía, aunque sea un poco, entre vermouth y vermouth, en versión niños entre Kas y Kas.
No se por qué pero siempre me acuerdo de la figura, las figuras de los jovenes del pueblo que estaban en la “mili”, y vestidos de “conejo”, escuchaban con cara de panoli, las piezas que se habían preparado para ese día.
Para mí aquella imagen del joven militar significaba lo máximo, la frontera, el ser mayor, la clave para entenderlo todo.
Mi sentimiento de pequeño era el de una continua aventura, y de que la mayoría de las veces, había algo que no entendía. Yo preguntaba en casa, y siempre había algún momento, en que recibía por contestación el célebre cuando seas mayor lo entenderás.
Yo estaba convencido, que en el momento de ir a cumplir el servicio militar, y oficialmente ser mayor, iba a recibir una especie de código, con el cual, en caso de cualquier duda en algún momento de mi vida, buscaría en él y tendría la luz. Se acabaría aquella pátina de secretismo en el que de una manera u otra siempre caía.
Quizás fue porque me libré de ir a la mili, pero a mí nunca me dieron ese código, y siempre he tenido que ir pasando por esta vida en continuo proceso judicial, es decir, intentando juzgar por mí mismo lo que creo que está bien o no, lo que es justo o lo que no lo es.
Intentas que la vocecilla con eco que tienes en tu interior te lea la cartilla lo menos posible, pero siempre acabo con la imagen de estar en la plaza de mi pueblo, vestido de domingo, agarrado a las barreras de madera azul que separaban a los músicos.
Creo que la única explicación que le puedo dar es que, aunque intenté aprender solfeo más de una vez, siempre toco la música de oido, y eso se extiende al resto de la vida.
Como jamás encontré el código que descifraba el misterio de la vida, siempre he tocado de oído, intentando que mis decisiones, eso sí, desafinaran lo menos posible en el concierto de cada día.

*FOTO: DE LA RED

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